anecdotas

Personajes: Max La Cajera

Hoy tenía que hacer un trámite novedoso y que me resultaba completamente ajeno: ir al banco. En persona.

Pero no a mi banco, sino al Banco Nación. Parece que para pagar ciertas cosas hay determinadas entidades habilitadas. Mirá vos.

En este caso, tenía que pagar una Amex corporativa con dólares.

Así que le pregunté a Andrea, nativa y lugariente de Sarandí dónde pistola estaba el BNA y me dió indicaciones precisas: sobre Mitre, en la cuadra del Polo Judicial, una cuadra después de Joya, una cuadra antes del Banco Provincia, pasando el Viaducto, mano izquierda.

Con la información catastral y el mandato de “no te podés perder”, allá fui armado de mis dólares crocantes y de un resúmen arrugado dónde figuraba lo que tenía que pagar. De paso aproveché el viaje y pasé por el centro de reciclaje a dejar los cadáveres del 24, porque soy un ciudadano responsable y preocupado por el medio ambiente.

Los que no son tan buenos ciudadanos son los automovilistas en situación de trámite. Si alguna vez intentan estacionar en Avellaneda se encontrarán en las cercanías de los bancos o de otras entidades importantes para la vida ciudadana como Afip, Correo, Anses o Grido, una conglomeración de autos en doble y triple fila.

Cuando Ferraresi deje de fingir demencia sobre ese particular y envíe algunos zorros grises a recorrer Mitre en tres o cuatro puntos focales, en un año pagaremos la deuda externa sólo con el importe de las multas.

Reflexionando sobre esto, pasé por la puerta del Banco para verificar que era un quilombo como preveía, y doblé en una esquina para tratar de encontrar un espacio en las cercanías para dejar el auto. Tuve suerte, a los pocos minutos estaba estacionando como a diez cuadras del lugar.

Resignado, traté de orientarme ya que había dado algunas vueltas, y finalmente pude encarar para Mitre. Cuando llegué a esa avenida, no tenia idea cuántas cuadras del banco estaba, pero a la distancia podía ver claramente el viaducto. Así que fui en esa dirección, recordando las palabras de Andrea “pasando el Viaducto, no te podés perder”.

Finalmente, y ya con el calor de la media mañana picando sobre mi cabeza, pasé por vereda de la gran entrada vidriada del Banco. Entré. El frio del aire acondicionado golpeándome las costillas me hizo sentir un segundo de nostalgia por mis épocas de cadetería, y una serie de imágenes inconexas vinieron a mi mente en rápida sucesión: yo con 18 años y sin conocer la Capital, buscando calles ignotas en una Filcar para entregar unos sobres cuyo contenido desconocía, yo con 18 años entrando transpirado por el calor de enero edificios señoriales y que el portero no me dejara subir por el ascensor principal, yo con 18 años yendo a depositar los cheques para pagar sueldos empapado por la fria lluvia de julio. Yo con 18 años caminando y caminando kilómetros por día para ahorrarme la plata de los bondis y sacar una diferencia. Yo con 18 años gastándome la plata del bondi que me acababa de ahorrar en unos fichines. No era muy vivo a los 18 años.

Volví al presente, el guardía de seguridad del banco me estába preguntando “en qué lo puedo ayudar” y noté la fila de gente detrás mio. Quizás la nostalgia no fue sólo unos segundos y estuve parado ahí como un pelotudo un buen rato.

Vengo a pagar algo por la caja - me apuré a decir

Saque número y espere ahi - fue la lacónica respuesta.

Me apresuré a hacer lo que me indicaba, y luego de sacar el número y tomar asiento noté con alivió que había dos cajas habilitadas y solo tenía por delante a tres personas. Me relajé y pensé que en breves instantes iba a estar de nuevo en la calle porque ¿cuánto podían tardar tres personas en dos cajas?

Cuarenta y ocho minutos despues, y habiéndome leído todos los putos folletos y ganado todas las trivias que aparecían en los monitores, fue mi turno. Atravesé el laberinto de paneles y me encontré cara a cada con una simpática empleada que me preguntó en qué me podía ayudar. Presuroso, le pasé la copia del resúmen por la ventanilla y el fajito de billetes.

Vengo a pagar eso con eso - le indiqué sin demasiadas precisiones.

Desplegó el resúmen, lo miró. Miró los dólares. Me miró.

¿Qué es esto? - preguntó

No me sorprendió. Es bien sabido que existe un libro negro que se entrega a los empleados bancarios cuando llegan a cierto número de años en actividad dónde figuran todas las estrategias para confundir a clientes inexpertos. Si bien el contenido está bien protegido por juramentos esotéricos, transcendieron algunas prácticas infames como el blanqueo aleatorio de clave, la asignación de palabras del alias, la tarjeta de coordenadas y el cambio de contraseña cada vez que querés hacer una transferencia.

No me iba a engañar, estaba decidido a superar ese escollo con éxito

Vengo a pagar la tarjeta con dólares. Para que no me cobren los impuestos. - dije orgulloso.

Y giré la cabeza alrededor para que todos en la sala pudieran admirar mi soltura y manejo de la situación. Los paneles que aislan la ventanilla me impidieron vanagloriarme de ese momento de éxito, pero igualmente no perdí el temple y agregué:

Ahi está el resúmen con el número de cuenta y ahi están los dólares. Para pagar. -. Acompañe la última oración con una sonrisa.

La cajera me miró. Un brillo en los ojos denotaba que la había tomado por sorpresa. Me felicité por mi aplomo. La había descolocado. No hay libreta negra que te salve de esta, canalla. Estaba derrotando al sistema. Saboreé la victoria.

No te puedo cobrar esto - insistió.

Ah, con que esas tenemos. La táctica última cuando se sienten acorralados. Debe estar en algún anexo de esa libreta, algún epílogo “Cuando todo falle y el cliente siga ahi, repita. Repita, hasta el cansancio” Pues bien, no me iba a ganar por cansancio. Yo también tenía algunas estrategias.

Mirá - le dije no sin cierta altivez - tengo que pagar esta tarjeta. La parte en dólares solamente, para que no me cobren los impuestos. No voy a discutir con vos si está bien o mal los impuestos que cobran, eso excede este momento que estamos compartiendo. Sé que no es tu resposabilidad decidir cuales impuestos se pagan, probablemente coincidirás conmigo que no son del todo justos. Pero aquí estamos, voy y yo. Yo, como el elemento aportante del móvil y el instrumento; vos, como el artífice de la operación. Complementarios. Únicos en este momento y en este lugar. El Ying y el Yang. El sol y la luna. Romeo y Julieta. Tristán e Isolda. Fresco y batata. Ahora haceme el favor, cobrame que me tengo que ir.

Me miró nuevamente. Miró el papel. Resopló. Me volvió a mirar. Me preparé para soportar estoicamente un nuevo embate.

No te puedo cobrar porque esta tarjeta no es de este banco - puntualizó.

Fácil. Muy fácil. Me decepcioné, hubiese esperado más. Quizás no leyó el Libro. O se lo olvió en algún subte y no se atrevió a confesarlo. Sentí pena por ella.

Vamos de nuevo - dije con actitud conciliadora - tengo que pagar esta tarjeta, solo la parte en dólares. ¿Hasta ahi vamos bien?

Si - me dijo, con una media sonrisa

Perfecto. Entonces, en el resúmen figura el número de cuenta. Y esos que tenés ahi son los dólares para pagar. ¿Correcto?

Correcto - admitió

Entonces, ¿cuál es el problema?

Que como la tarjeta no es de este banco, no te los puedo cobrar acá.

Ahhh, ya entiendo. Lo que sucede es que esa tarjeta no es de ningún banco, es Amex directa.

Claro, pero…

No, dejame terminar. Me imagino que no lo sabés, pero en la página de Amex dice que se puede pagar en Nacion o HSBC. Por eso vine acá

Si, lo que pasa…

Y si querés te muestro dónde corroborar esa información. ¿Tenés internet acá?

No, pero igual…

Es que es más facil asi. Sino te busco en mi celular y te lo muestro. ¿Puedo usar el celular acá?

No, igualmente quería decirle…

No me estás ayudando. ¿Cómo puedo demostrarte que en el Banco Nación puedo pagar?

Señor lo que queria decirle… es que esto es el Banco Provincia.>